Reading yesterday's magazine S Moda, supplement that comes with the newspaper El Pais, I found this article that I think it is fascinating. It talks about parties, and the relationship between them and literature and cinema. Every great film has a great party, from Breakfast at Tiffanys to The Great Gatsby and La Dolce Vita. It seems like in times of depression and crisis (like the ones we are living now, at least Spain), is when parties are most needed to lift people's spirits and encourage them to leave their problems outside the door.
With New Year's approaching, I though it would be a fitting subject. I am not the biggest fan of parties, I must admit. Sometimes, I have to drag myself out the door when I'd rather be curled up in the sofa, in my piyamas, watching a rom-com (or any other kind of movie). But New Years Eve feels like a different night, like it should be special, magical somehow. I've never found that night any of the adjectives mentioned before. It is as dirty, sweaty and, by the end, un-glamorous as any other Saturday night. People always get too drunk, there are fights, vomit, booze everywhere, ripped tights, lost shoes and shoeless girls walking the streets at dawn. It's like a scene from a horror movie....
Anyway, of course I am exaggerating and this is only my point of view; I'm sure the rest of the world looove tomorrow's night and can't wait to put on the high heels. As for me, I think to myself every year that it will be different and something amaaazing will happen. At the end, the only amazing thing is that my friends manage to remember what they were wearing the night before. But I love them for that, and if it weren't for them, I wouldn't go out at all. At the end, New Year's Eve is about being with family and friends, not the alcohol or the fashion.
Here is the article, in Spanish, but I've put google translation at the bottom.It won't be great but it is something!.
LISTOS, VESTIDOS… ACCIÓN
Por Boris IzaguirreEl cine y la literatura mantienen una excelente relación con las fiestas. Unas viajan de una disciplina a otra, como sucede en Desayuno con diamantes, la legendaria novela de Truman Capote. Tanto en las páginas como en el celuloide, Holly Golightly consigue maravillarnos con la exuberante fiesta que celebra en su diminuto apartamento neoyorquino. Mezcla rufianes y prostitutas de lujo con artistas emergentes y varones sin rumbo, como el playboy brasileño, interpretado por José Luis de Vilallonga en la película, que consigue salir del minúsculo baño al todavía más minúsculo balcón sin perder de vista su güisqui. En una entrevista, Vilallonga confesó que el famoso gato de Holly, que salta aterrorizado entre los invitados, eran en realidad tres y que la filmación de la secuencia duro casi una semana. El resultado forma parte de nuestros anhelos: sucumbir a una parranda sin fin en poquísimos metros cuadrados.
Hay fiestas divinas, aunque en realidad sean escenas, como la de Marilyn Monroe tocando el ukelele a bordo de un tren en ‘Con faldas y a lo loco’. Humor, erotismo y fiesta, como sucede también en Risky Business, con un Tom Cruise que aprovecha unas vacaciones de sus padres para convertir su casa en un riesgoso burdel. Son películas clave para sus actores y sus generaciones. Y su escenificación de las fiestas podrían tener parte de su «origen» en El gran Gatsby. En la novela de Scott Fitzgerald sobre los alocados años 20 y la posterior Gran Depresión de los 30, Gatsby es un ser misterioso, proclive a escenificar fiestas en las que no se presenta. Daisy Buchanan, clase alta en cada poro, es su enamorada y la margarita borracha del conflicto amoroso. Robert Redford consiguió la inmortalidad de su talento y belleza con la adaptación cinematográfica, pese a la mala calidad de su piel durante el rodaje, pero es Farrow quien consigue captivarnos con su vocecita rota, la «chica fiesta», reliquia de un tiempo condenado a lo efímero. A Fitzgerald y a Capote hay que sumarles Margaret Mitchell, la insigne autora de Lo que el viento se llevó, magistrales narradores de una fiesta: Scarlett O’Hara conoce a los dos hombres de su vida en un extenso baile de sociedad allá en Atlanta. Tan largo que toman una siesta antes de que la película llegue al intermedio.
Saltemos a El guateque. Peter Sellers se cuela en la fiesta de su productor en una exquisita y futurista casa en Los Ángeles. Todo, Mr. Bean, Martes y Trece, Tricicle, está en esa película: una party que va adentrándose en el absurdo, bañada por agua, cloro, espuma, champán y un elefante psicodélico que nos hace sentir niños de precoz vida social. Recordemos la fiesta en La dolce vita de Fellini, que precede a la famosa escena de Anita Ekberg deambulando medio desnuda dentro de la Fontana de Trevi. Empieza con un coreógrafo pelirrojo bailando un rock and roll italiano, esa mezcla de energía y decadencia que solo Fellini insufla a sus películas. Es una fiesta, pero también un poco de infierno. Los ingredientes justos para que jamás la olvides. Hay fiestas con Raquel Welch, martinis con James Bond, bacanales con Calígula, pero la fiesta-fiesta es la de El gatopardo, la obra maestra de Luchino Visconti. Dura más de 30 minutos, revisa y detalla todo: la llegada de los invitados, el decorado y los vestuarios, la cháchara de las señoras, el desinhibido deseo de los jóvenes, letrinas de porcelana en activo. Es la madre de todas las fiestas cinematográficas, hasta Stanley Kubrick le rinde homenaje en la orgía enmascarada de Eyes wide shut, con Tom Cruise de nuevo con capa y a lo loco.
Un día, hay una fiesta de película en la realidad. La organizó Elena Benarroch en homenaje a Jean Paul Gaultier y Bruce Weber y por ella desfiló la historia moderna de España, en plan «nomelopuedocreer». Felipe González y la nieta de Franco, Almodóvar y Preysler, supervivientes de cualquier crisis.
XOXO
P.D Tomorrow is New Year's Eve! I hope everyone has an amazing and special night and nobody comes back home before morning :P